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miércoles, 17 de julio de 2013

Integrando la dualidad


Una de las primeras referencias acerca de la dualidad aparece en la Biblia, con la creación de la luz a partir de la oscuridad. Adentro y afuera, arriba y abajo, izquierda y derecha, femenino y masculino, vida y muerte: todo lo que existe sólo puede ser definido en relación a su opuesto.

La naturaleza está compuesta por ciclos que muestran una alternancia rítmica: el día y la noche, el calor y el frío, las fases de la luna, las cuatro estaciones, etc.

En los seres humanos los opuestos se manifiestan a nivel físico en procesos tales como inhalación y exhalación, sístole y diástole, sueño y vigilia, y nuestro estado de salud depende de un equilibrio u oscilación armónica entre éstos.
La existencia de los opuestos se expresa también a nivel psíquico, tanto en la dimensión personal como colectiva. Amor y odio, alegría y tristeza, atracción y rechazo, inferioridad y superioridad, esperanza y desesperanza…

La separación de los opuestos ocurre fundamentalmente durante la primera parte de la vida, y su unión es tarea de la segunda etapa de la vida.
En las etapas tempranas del desarrollo el ego debe diferenciarse de su medio y definirse en función de sus diferencias con éste, aceptando algunas de sus características y rechazando otras, proceso que conduce a la formación de la sombra.
Para que ocurra la evolución psíquica, tarde o temprano la sombra deberá ser re-encontrada como una realidad interna, y allí surge la tarea de unir e integrar las oposiciones.

El par de opuestos más difícil de reconciliar es el que está compuesto por el bien y el mal. Para evolucionar, el ego debe percibirse predominantemente bueno. Esto conduce a la formación de la sombra, dado que para que el ego pueda constituirse el mal debe ser reprimido, o bien colocado afuera mediante el mecanismo de proyección.
En general, tenemos egos muy inmaduros y tendemos a seguir depositando todo lo que nos parece malo afuera y a culpar a otros por su maldad. Siempre que ocurre algo malo, buscamos a un culpable porque no toleramos el mal sin un depositario externo.

A medida que el ego madura durante el proceso de individuación, esta necesidad de proyectar el mal se transforma, y esta es una de las características de la conjunción: tolerar internamente tanto lo bueno como lo malo.

En ocasiones ocurre un proceso de oscilación – la persona se siente culpable por ser mala, y trata de reconfortarse registrando su bondad. Este es un estadio que precede a la aceptación de que ambos – bondad y maldad – coexisten en el interior de todos los humanos.

Todas las discusiones, competencias y guerras son una manifestación de los opuestos. Si nos identificamos con uno de ellos, perdemos la oportunidad de integración. La única manera de lograr el equilibrio y la posterior integración consiste en ser conscientes de ambas polaridades en nuestro interior.

Si bien los opuestos existen en tensión permanente también buscan la unión, y esta tarea ardua requiere gran dedicación y perseverancia en el proceso de auto-conocimiento.