La máscara y la sombra - publicado en la revista Conciencia sin Fronteras, de Barcelona.
La palabra arquetipo proviene del griego arché, que significa primero, y typos: patrón o molde. El concepto de los arquetipos es antiguo y se relaciona con lo que Platón llamó formas ideales: los patrones que existen en la mente divina y que definen la forma que adquiere el mundo material. Para Jung, los arquetipos representan todo el potencial existente en la psique humana, una fuente de conocimiento inagotable sobre temas como la relación entre el hombre, el cosmos y Dios.
Los arquetipos o imágenes primordiales son la base originaria de todas nuestras experiencias y, al igual que los instintos, son una parte esencial que requiere ser expresada.
La sombra, nuestro lado oscuro, es uno de los arquetipos básicos con el que precisamos entablar un vínculo en el camino del auto-conocimiento.
Todos los seres humanos nacemos con la tendencia innata –o arquetípica- a desarrollar una sombra, compuesta por características personales que han sido rechazadas y reprimidas y que no registramos como propias, pese a percibirlas con gran claridad en el mundo externo.
Mencionar a la sombra suele generar rechazo y temor, ya que creemos que está poblada únicamente por aspectos negativos, que nos hacen sentir malos y culpables. Sin embargo, además de contener lo que hemos rechazado, reprimido o proyectado, incluye talentos y dones de diversa índole que aún no hemos desarrollado a nivel consciente.
La sombra no es algo patológico, ni algo que deba ser remediado: es una parte integral de la naturaleza humana. Referirnos a la sombra como nuestro lado oscuro no es un término peyorativo, sino que alude a que no está iluminada por la luz de la conciencia.
LA MÁSCARA
En el teatro griego los actores utilizaban una máscara – llamada persona - para ocultar sus verdaderas facciones y encarnar al personaje a representar.
La máscara personal comienza a desarrollarse en la infancia, en el seno de la familia. Nuestros padres nos indicaban que no fuéramos celosos, o egoístas, exigían que fuéramos siempre buenos y obedientes y, a fin de complacerlos y para obtener su amor, ocultamos todo lo que les desagradaba.
Este proceso continúa luego con otras figuras significativas - familiares, maestros, amigos… A medida que nos vinculamos con sectores cada vez más amplios de la sociedad en que vivimos, se produce una acomodación desde nuestra forma natural de ser hacia el cumplimiento con las reglas y demandas del mundo externo. Adoptamos ciertas cualidades, actitudes y conductas que conforman nuestra persona: máscaras que representan diversos roles y que excluyen otros aspectos que se convierten en parte de la sombra.
La máscara tiene su origen en las expectativas de la sociedad y/o la percepción que tenemos de éstas: es la forma en que nos mostramos frente a los demás, resaltando o destacando los rasgos propios que aceptamos y que, a nuestro parecer, nos proporcionarán el mayor grado de aprobación externa.
Esta “cara” que utilizamos para enfrentar al mundo es útil y necesaria. Nos permite ser identificados en base a características tales como nuestro estado civil, la actividad laboral y el estatus socio-cultural, y nos ayuda a funcionar de manera apropiada en distintas situaciones. Si debo acudir a una entrevista de trabajo, por más que me sienta triste, cansada o de mal humor, deberé ocultar mi estado de ánimo para mostrar una imagen que me permita desempeñarme exitosamente.
Es preciso tener en cuenta que el esfuerzo por proyectar la imagen deseada no es inocuo. Cuando no se posee una identidad sólida, existe el riesgo de quedar atrapados por la máscara y de definirnos básicamente en función de aspectos externos; frecuentemente, ello conduce a una dependencia excesiva de diferentes símbolos de prestigio y de poder.
Por otra parte, la máscara nunca refleja adecuadamente nuestra totalidad, y en consecuencia, no debería convertirse en una estructura rígida. La identificación exclusiva con algún aspecto –por ejemplo, el rol laboral o profesional- indica que sólo hemos desarrollado esa faceta, generalmente a expensas de otras.
Concentrarnos en parecer triunfadores frente al mundo externo puede encubrir el fracaso en otras áreas que descuidamos e ignoramos, hasta que se hacen presentes en forma de síntomas físicos, emocionales, mentales y/o espirituales.
Si no expresamos lo que subyace a nuestras máscaras, nos quedamos solos y aislados, con una profunda sensación de alienación. Adoptar únicamente características y valores que son aceptados socialmente lleva a la pérdida del alma, y es extremadamente nocivo para la realización personal: nunca lograremos acceder a nuestro ser esencial si quedamos adheridos a nuestro ser inauténtico.
LA SOMBRA
Nos encontramos con la sombra todos los días: cuando nos enfurecemos porque alguien nos decepciona, cuando rechazamos a una persona que ni siquiera conocemos, o idealizamos a otra.
Nuestras reacciones emocionales y los juicios que formulamos de manera automática e inmediata reflejan aspectos inconscientes propios, y si logramos reconocerlos, tenemos la oportunidad de conocernos más plenamente.
Para conocernos, o más bien, re-conocernos, necesitamos tomar conciencia de que todo lo que admiramos o rechazamos en los demás existe en nuestro interior.
Ello se debe a la proyección: el mecanismo de defensa inconsciente mediante el cual les atribuimos características propias a otros. Al proyectar, depositamos un aspecto interno en alguna persona o situación externa, y luego reaccionamos frente a ésta de manera positiva o negativa, con atracción o con rechazo.
La proyección puede ser empleada de dos formas diferentes. La primera consiste en culpar a otra persona por nuestras faltas –un jugador de fútbol aduce que no pudo marcar un gol durante un partido por culpa de sus compañeros, un estudiante suspende un examen y afirma que le “pusieron” una mala nota porque el profesor estaba de mal humor. En estas situaciones, se adopta una actitud infantil e inmadura para evitar hacerse cargo de la propia responsabilidad.
El otro tipo de proyección ocurre cuando les adjudicamos a otros seres nuestras actitudes y tendencias inconscientes. Esto ocurre en todo vínculo, pero podemos verlo con mayor claridad en la relación de pareja. Un hombre puede proyectar en su mujer su propia vulnerabilidad o su dependencia; una mujer puede proyectar en el hombre su inteligencia, su poder y su capacidad para tener éxito.
La técnica más útil y reveladora para descubrir a la sombra es observar nuestras reacciones hacia las personas, objetos y acontecimientos del mundo exterior.
La reactividad indica que nos hemos divorciado de una característica propia que deberíamos reincorporar; en cada caso, la intensidad de la reacción refleja el grado en que ese material “externo” existe a nivel interno.
Toda vez que sentimos una emoción intensa, es necesario identificar el aspecto personal que se ha activado; ésta no es una tarea fácil, ya que las emociones intensas no se caracterizan precisamente por inducirnos a la reflexión y la auto-indagación.
No obstante, ver qué o a quiénes despreciamos o idealizamos permite descubrir facetas personales que de otra forma no registraríamos. Si critico a alguna mujer por ser demasiado libre o demasiado reprimida a nivel sexual, convendrá explorar qué ocurre con mi propia sexualidad; si detesto a algún político por considerarlo mentiroso o corrupto, seguramente encontraré equivalentes internos para estas características.
Si hacemos una lista detallada de todas las cualidades que detestamos y que admiramos, obtendremos una descripción muy acertada de nuestra sombra.
Los aspectos que consideramos “negativos” cumplen una función dentro de nuestra estructura psíquica.
Tendemos a entablar una batalla con nuestras cualidades proyectadas cada vez que las encontramos, o creemos haberlo hecho, en alguna persona. Sin embargo, gran parte de lo que nos parece negativo es algo que en su momento sirvió para protegernos.
Una alternativa más sabia consistiría en intentar amigarnos con las características que rechazamos y comprender su sentido profundo. Habitualmente, la rigidez encubre un exceso de vulnerabilidad, la soberbia se asienta sobre una base de timidez y la avidez tiene sus raíces en el temor a la escasez. Las críticas, que a veces se deben a la envidia, sirven para compensar sentimientos de inferioridad inconscientes, intentando generarlos en otro/s.
Las cualidades repudiadas se transforman por medio de su inclusión y aceptación.
En lugar de rechazar lo que consideramos negativo, precisamos explorar su significado y su potencial. Si dejamos de reprimir nuestra ira, podremos conectarnos con el enojo saludable, que nos ayuda a expresar lo que sentimos, poner límites y lograr acuerdos.
El perfeccionismo contiene la capacidad para desplegar excelencia en lo que hacemos; el egoísmo puede enseñarnos a satisfacer nuestros deseos y necesidades, y el anhelo por el poder puede convertirse en liderazgo y servicio.
Los aspectos positivos de la sombra son virtudes y talentos que forman parte de nuestro potencial.
Una persona temerosa puede demostrar un grado de valentía sorprendente durante una emergencia, y una persona egoísta puede exhibir repentinamente rasgos de gran generosidad; en estos casos, la valentía y la generosidad son aspectos de la sombra positiva.
Admirar o envidiar a otros por sus aptitudes y talentos es una señal de que están espejando cualidades propias inexploradas. Muchas veces no se trata de lo que alguien hace, sino la forma en que lo hace, como atreverse a expresar sus ideas con firmeza y valentía. La actividad concreta no es importante, ya que puedo apreciar a un gran ajedrecista por su disciplina y dedicación y desarrollar esas características sin que ello implique dedicarme a jugar al ajedrez.
Curiosamente, a veces resulta más difícil aceptar la sombra positiva que la negativa; nos cuesta más percibir nuestra nobleza y ternura que nuestra indiferencia o crueldad debido a que nos hacen sentir expuestos y vulnerables.
La integración de la sombra es un requisito indispensable para la transformación personal. Descubrir a nivel interno las características que nos hacen reaccionar a nivel externo modifica nuestra actitud. Con frecuencia, y como “por arte de magia”, también suele producirse una modificación en la otra persona, y de pronto, nos damos cuenta de que no era tan irritante, desagradable o maravillosa como suponíamos. Aun cuando esto no ocurra, habremos eliminado o, al menos, disminuido nuestra reactividad.
La sombra nos muestra una perspectiva diferente a la del ego. Negarnos a aceptarla nos mantiene empequeñecidos y empobrecidos, conectados únicamente con un fragmento de nuestra totalidad. Por otra parte, cuando continuamos proyectándola, obligamos a otros a hacerse cargo de la oscuridad o de la luz que en realidad nos pertenecen. Una persona integrada es capaz de acarrear su propia mochila de cualidades positivas y negativas, liberando así a los demás de la carga de sus proyecciones.
Cuando reconocemos a la sombra, surge la posibilidad de desarrollar la auto-aceptación, la compasión y el amor incondicional para con nosotros mismos, elementos indispensables para la evolución personal y, eventualmente, para la transformación colectiva.
Es tarea de cada uno descubrir la propia sombra e iluminarla con la luz de la conciencia, y éste es un proceso que dura toda la vida. Independientemente de las distancias recorridas, en el camino espiritual nos encontramos siempre al comienzo...
domingo, 7 de diciembre de 2008
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