Existe en nuestro interior un profundo anhelo por completarnos, una energía arquetípica que opera para que logremos desarrollar todo nuestro potencial.
La tarea personal que precisamos realizar para evolucionar es tomar conciencia de nuestra sombra, trascendiendo las reacciones automáticas y cristalizadas del ego.
El ego no tolera no ser tenido en cuenta, preferentemente todo el tiempo. Cuando se siente ignorado, se ofende, y tiende a recurrir al castigo (retracción, pelea, deseo de venganza), o a conductas aplacatorias, en las que no se expresa lo que se siente y se finge que todo está bien.
Castigar a otros enmascara el dolor y la ira, mientras que aplacar enmascara al miedo.
Ambas conductas son intentos de evitar los sentimientos dolorosos que surgen en el transcurso de los vínculos y la vida, especialmente la vulnerabilidad, uno de los ingredientes esenciales del amor.
Es útil preguntarnos qué nos resulta más importante: afirmar nuestro ego, o la práctica del amor.
En el primer caso, intentamos controlar, competimos, castigamos, y deseamos vengarnos.
La ley del Talión está sumamente arraigada en nosotros. Sin embargo, como sostuvo Gandhi, si practicamos dicha ley - la ley del ojo por ojo, y diente por diente - corremos el riesgo de vivir en un universo poblado por seres tuertos y desdentados.
En el caso de que predomine en nosotros el deseo de amar, abrimos nuestro corazón, perdonamos y hacemos las paces. La capacidad para perdonar surge cuando logramos renunciar a las pretensiones del ego, y elegimos el camino del amor y de la compasión.
Como afirma el Tao, “Cuando el amor es mi única defensa, soy invencible.”
viernes, 28 de diciembre de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario