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La sombra puede ser un camino de crecimiento
Por Luis Aubele / Para Clarín Buena Vida
Psicóloga y autora de "La sombra. Cómo iluminar nuestros aspectos ocultos", Alicia Schmoller asegura que nuestra parte oscura se transforma en positiva cuando aprendemos a escuchar al otro y evitamos proyectar en él.
Alicia Schmoller: echar luz sobre nuestra propia sombra.Alicia Schmoller: echar luz sobre nuestra propia sombra.
Psicología
30/08/13 - 15:47
“Una mujer se encuentra a tomar un café con una amiga. Habla ininterrumpidamente durante media hora, relatando extensa y detalladamente todo lo que le sucede, y luego le dice: Bueno, ya he hablado demasiado. Ahora te toca a ti. ¿Qué pensás de lo que te conté? Deseamos ser escuchados y comprendidos, pero no nos detenemos a escuchar y comprender al otro”, ríe la psicóloga Alicia Schmoller.
Entre 1977 y 1985, Schmoller vivió en Nueva York, donde se especializó en Psicología Transpersonal. Es autora de La sombra. Cómo iluminar nuestros aspectos ocultos, donde estudia la teoría de Carl Gustav Jung sobre la sombra, la parte de nuestra psique donde escondemos lo que socialmente nos resulta inconfesable, nuestra parte oscura.
“Pero la sombra nos asusta porque creemos que está compuesta únicamente por aspectos negativos, sin embargo, la sombra tiene un lado negativo, pero también otro positivo porque contiene todo lo que es desconocido para nuestra conciencia, e incluye talentos y dones sin desarrollar. Nos cuesta admitir que somos un mix, aclara.
“La comunicación es un aspecto básico de toda relación. Cuando nos comunicamos -ya sea de manera verbal o no verbal-, se produce un intercambio de energía, y para que ésta fluya es preciso que las personas que están interactuando se expresen plena y auténticamente. Sin embargo, en muchos casos, esto no suele ser así. Es preciso distinguir entre hablar y comunicar, ya que emitir palabras no implica necesariamente comunicar: se puede hablar mucho sin decir lo que realmente está ocurriendo.”
¿Cuáles sería los ingredientes de una buena comunicación?
Son la capacidad para expresarnos con honestidad, y la capacidad para escuchar realmente. Sin comunicación auténtica no es posible tener una relación plena. Sin embargo, la mayoría de las personas no se comunica verdaderamente. Con frecuencia, tendemos a hablar focalizándonos casi con exclusividad en lo que nosotros deseamos decir. Es como si nos estuviéramos escuchando a nosotros mismos. Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) sostenía que “comunicarse es natural; aceptar lo que nos comunican es un arte adquirido.” Comunicarnos no implica estar de acuerdo, y dado que somos individuos diferentes en muchos niveles, necesitamos tener en cuenta que los desacuerdos surgen en toda relación, y que necesitamos aprender a resolverlos.
¿Cómo?
Reconociendo y aceptando las proyecciones: lo que me irrita en el otro es un espejo de características propias. Lo mismo sucede con lo que admiro. Tomar conciencia de mi sombra, de mis aspectos proyectados, me permite conocerme más plenamente, y a la vez, dejar de depender de otros que encarnan, supuesta o realmente, cualidades que no reconozco en mí. Desarrollar la capacidad de oír lo que la otra persona siente, y mantener la conexión emocional, aun cuando lo que se exprese se relacione con algún descontento, es sumamente sanador para el vínculo. Sin embargo, suele ser difícil, dado que generalmente se activa nuestro ego, y nos ponemos a la defensiva. Hay dos temores básicos en los vínculos que debemos tener en cuenta: miedo a ser “invadidos, tragados”, y miedo al abandono. En el primer caso, se reprime el miedo y se manifiesta irritabilidad, susceptibilidad, enojo, mientras que en el segundo, se reprime el enojo y se expresa el temor bajo la forma de sometimiento, dependencia, intentos constantes de complacer a la otra personal.
¿Algo más para recordar?
Cuando nos expresamos, es preciso recordar que no se trata de tener razón, sino de tener una interacción que conduzca a la comprensión mutua. Aunque se “gane” durante una discusión, esto no es una solución y el problema persistirá -en realidad, pierden ambos-. Tendemos a tomar los desacuerdos como si se tratara de un ataque personal. Queremos tener razón y ganar; en tales casos, resulta más importante nuestro argumento que el vínculo. Defender a rajatabla nuestro punto de vista no permite resolver los conflictos; por el contrario, los perpetúan, conduciendo a la competencia y al resentimiento.
¿Qué ocurre cuando hay una sobrecarga emocional?
Cuando existe una sobrecarga emocional no es aconsejable intentar un diálogo; en realidad, en esos momentos no estamos demasiado interesados en el punto de vista de la otra persona. Las emociones intensas son contagiosas e inducen en la otra persona una energía afín; basta con observar lo que ocurre en las manifestaciones o las marchas cuando una persona comienza a actuar de manera violenta, generando a menudo un efecto dominó. Por otra parte, las reacciones emocionales intensas generalmente indican que se ha activado algún dolor pasado no resuelto. La reflexión personal previa no sólo nos permite expresarnos luego de manera tal que la otra persona nos pueda escuchar, sino también descubrir aspectos propios en nuestra sombra.
¿Una reflexion final?
Voy a recordar un sabio relato sufi. Un sultán soñó que había perdido todos sus dientes. Al despertar, ordenó llamar a un sabio para que interpretase su sueño.
- ¡Qué desgracia, mi Señor! -exclamó el sabio-. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra Majestad.
- ¡Qué insolencia! -gritó el Sultán-. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y encargó que le dieran al sabio cien latigazos. Más tarde, ordenó que le trajesen a otro sabio y éste, después de escuchar atentamente al Sultán, le dijo:
- ¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes.
Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa, y ordenó que dieran al sabio cien monedas de oro.
Cuando abandonó el palacio, uno de los cortesanos le dijo, admirado:
- ¿Cómo es posible? La interpretación que habéis hecho del sueño es la misma que el primer sabio.
- Recuerda bien, amigo mío -respondió el segundo sabio-, que todo depende de la forma en que se dicen las cosas.
"Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse. De la comunicación depende la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. La verdad debe ser única en cualquier situación, de esto no cabe la menor duda, más la forma en que es comunicada es la que provoca, en algunos casos, grandes problemas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será recibida con agrado”, concluye Alicia.
Amigarnos con nuestras emociones en lugar de proyectarlas
"La solución de los conflictos sólo es posible cuando está basada en la cooperación (obrar en conjunto), y en la predisposición para encontrar soluciones. No se trata someterse a la otra persona, sino de ciertas renuncias que beneficien a la relación.
Y a veces, uno de los dos debe ser el primero en buscar soluciones…"
"Las personas sabias buscan soluciones, los ignorantes se limitan a culpar." (Tao 79)
domingo, 1 de septiembre de 2013
miércoles, 17 de julio de 2013
Integrando la dualidad
Una de las primeras referencias acerca de la dualidad aparece en la Biblia, con la creación de la luz a partir de la oscuridad. Adentro y afuera, arriba y abajo, izquierda y derecha, femenino y masculino, vida y muerte: todo lo que existe sólo puede ser definido en relación a su opuesto.
La naturaleza está compuesta por ciclos que muestran una alternancia rítmica: el día y la noche, el calor y el frío, las fases de la luna, las cuatro estaciones, etc.
En los seres humanos los opuestos se manifiestan a nivel físico en procesos tales como inhalación y exhalación, sístole y diástole, sueño y vigilia, y nuestro estado de salud depende de un equilibrio u oscilación armónica entre éstos.
La existencia de los opuestos se expresa también a nivel psíquico, tanto en la dimensión personal como colectiva. Amor y odio, alegría y tristeza, atracción y rechazo, inferioridad y superioridad, esperanza y desesperanza…
La separación de los opuestos ocurre fundamentalmente durante la primera parte de la vida, y su unión es tarea de la segunda etapa de la vida.
En las etapas tempranas del desarrollo el ego debe diferenciarse de su medio y definirse en función de sus diferencias con éste, aceptando algunas de sus características y rechazando otras, proceso que conduce a la formación de la sombra.
Para que ocurra la evolución psíquica, tarde o temprano la sombra deberá ser re-encontrada como una realidad interna, y allí surge la tarea de unir e integrar las oposiciones.
El par de opuestos más difícil de reconciliar es el que está compuesto por el bien y el mal. Para evolucionar, el ego debe percibirse predominantemente bueno. Esto conduce a la formación de la sombra, dado que para que el ego pueda constituirse el mal debe ser reprimido, o bien colocado afuera mediante el mecanismo de proyección.
En general, tenemos egos muy inmaduros y tendemos a seguir depositando todo lo que nos parece malo afuera y a culpar a otros por su maldad. Siempre que ocurre algo malo, buscamos a un culpable porque no toleramos el mal sin un depositario externo.
A medida que el ego madura durante el proceso de individuación, esta necesidad de proyectar el mal se transforma, y esta es una de las características de la conjunción: tolerar internamente tanto lo bueno como lo malo.
En ocasiones ocurre un proceso de oscilación – la persona se siente culpable por ser mala, y trata de reconfortarse registrando su bondad. Este es un estadio que precede a la aceptación de que ambos – bondad y maldad – coexisten en el interior de todos los humanos.
Todas las discusiones, competencias y guerras son una manifestación de los opuestos. Si nos identificamos con uno de ellos, perdemos la oportunidad de integración. La única manera de lograr el equilibrio y la posterior integración consiste en ser conscientes de ambas polaridades en nuestro interior.
Si bien los opuestos existen en tensión permanente también buscan la unión, y esta tarea ardua requiere gran dedicación y perseverancia en el proceso de auto-conocimiento.
jueves, 6 de junio de 2013
Perdonar/Forgiveness
Perdonar/Forgiveness - W. Brugh Joy
“Visualiza a la persona que te ha traicionado, herido o abandonado, y rodéala de amor incondicional. Ve a la persona, siéntela, huélela, oye su respiración, y ámala incondicionalmente.
Cuando perdonas plenamente, esto no sólo tiene un efecto sobre la otra persona: libera energía en tu propio ser.
Detrás de todo odio hay un gran amor que no fuimos capaces de resolver”.
“Visualize the person who has wronged you, hurt or abandoned you, and hold him/her in an unconditional radiance of love. See them, feel them, smell them, hear their breathing, and love them unconditionally.
When you forgive fully, this does not only have an effect on the other person: it frees up energy in yourself.
Behind every hate there's a great love that one hasn't been able to handle".
“Visualiza a la persona que te ha traicionado, herido o abandonado, y rodéala de amor incondicional. Ve a la persona, siéntela, huélela, oye su respiración, y ámala incondicionalmente.
Cuando perdonas plenamente, esto no sólo tiene un efecto sobre la otra persona: libera energía en tu propio ser.
Detrás de todo odio hay un gran amor que no fuimos capaces de resolver”.
“Visualize the person who has wronged you, hurt or abandoned you, and hold him/her in an unconditional radiance of love. See them, feel them, smell them, hear their breathing, and love them unconditionally.
When you forgive fully, this does not only have an effect on the other person: it frees up energy in yourself.
Behind every hate there's a great love that one hasn't been able to handle".
martes, 15 de enero de 2013
La Multiplicidad Interior
En todo ser humano existen varias sub-personalidades o yoes. Solemos creer que somos seres congruentes e integrados, con una identidad única. Sin embargo, al igual que el cuerpo físico, que está formado por diferentes órganos y sistemas, la característica esencial de la psique es la multiplicidad. Además de la familia externa, compuesta por nuestros padres, hermanos y demás parientes, tenemos una familia interna, una comunidad interior multifacética.
Nuestros distintos yoes son relativamente independientes y autónomos. Cada uno tiene sus propias necesidades, impulsos, deseos y opiniones, llegando incluso a diferenciarse en sus gestos y posturas corporales. Algunos forman parte de nuestra identidad consciente, y por lo tanto, los reconocemos con facilidad. Su contraparte son los yoes que existen en la sombra, y que reprimimos por considerarlos peligrosos para nuestra auto-imagen y/o nuestros vínculos con los demás.
Percibir nuestra multiplicidad nos permite comprender cambios de conducta, tanto propios como ajenos, que con frecuencia nos resultan desconcertantes. Es común tomar una decisión, como ponernos a dieta, estudiar inglés o dejar de fumar, para luego abandonar estos proyectos. El “yo de los días lunes”, o el “yo de las resoluciones de Año Nuevo” nos inducen a formular una serie de objetivos que luego descartamos debido a que surgen otros yoes sin intención alguna de lograrlos. Ocurre un proceso similar cuando un hombre o una mujer le dice a su pareja que la ama profundamente, para luego exhibir una serie de actitudes indiferentes o distantes, producto de la emergencia de un yo que no desea la intimidad.
Cada uno de nosotros es una multitud. Se pueden juntar el rebelde y el intelectual, el seductor y el ama de casa, el saboteador y el asceta, el ejecutivo y el vividor, cada uno con su propia mitología, y amontonados con mayor o menor comodidad dentro de una sola persona.
La multiplicidad está compuesta por oposiciones, y al igual que un péndulo, tendemos a oscilar entre los diferentes polos. Toda actitud consciente implica la existencia de su contraparte a nivel de la sombra, y la identificación exclusiva con algunos yoes conduce a la irrupción de los aspectos opuestos para equilibrarnos. Si tiendo a actuar siempre de manera mesurada y ahorrativa, en algún momento aparecerá “la gastadora”; si me polarizo del lado de la bondad y la conciliación, tarde o temprano hará su aparición en escena mi yo contencioso y peleador.
El rechazo de una sub-personalidad impide su evolución. Si repudio a mi yo vulnerable o necesitado, y me identifico exclusivamente con mi yo independiente, mis necesidades insatisfechas seguirán viviendo en la sombra. Por el contrario, si me conecto con él para ver qué necesita y cómo brindárselo, estaré contribuyendo a su transformación potencial.
Descubrir los múltiples aspectos que viven en nuestro interior permite comprender contradicciones aparentes. Contradecir (“decir en contra”) es afirmar aspectos opuestos. Cuando tenemos pensamientos y sentimientos contrapuestos, es común preguntarnos cuál es la verdad; ésta es relativa, y depende del yo que se está expresando.
Reconocer nuestra multiplicidad nos permite renunciar a las identificaciones parciales y limitadas, y abre el camino para descubrir la riqueza oculta de la totalidad de nuestro ser. Es preciso que cada personaje interno tenga su lugar, y en ocasiones puede ser necesario realizar un referéndum, o consulta popular, para ver qué piensa, qué siente y qué necesita cada uno. En tal caso, podríamos escribir una historia que además de expresar el conflicto entre algunos yoes, muestre alternativas para resolverlo.
El Diálogo de Voces, el trabajo de Autoasistencia Psicológica, creado por Norberto Levy, y el Psicodrama son técnicas de gran utilidad para conocernos más plenamente, al igual que la interpretación de los sueños y la imaginación activa
Nuestros distintos yoes son relativamente independientes y autónomos. Cada uno tiene sus propias necesidades, impulsos, deseos y opiniones, llegando incluso a diferenciarse en sus gestos y posturas corporales. Algunos forman parte de nuestra identidad consciente, y por lo tanto, los reconocemos con facilidad. Su contraparte son los yoes que existen en la sombra, y que reprimimos por considerarlos peligrosos para nuestra auto-imagen y/o nuestros vínculos con los demás.
Percibir nuestra multiplicidad nos permite comprender cambios de conducta, tanto propios como ajenos, que con frecuencia nos resultan desconcertantes. Es común tomar una decisión, como ponernos a dieta, estudiar inglés o dejar de fumar, para luego abandonar estos proyectos. El “yo de los días lunes”, o el “yo de las resoluciones de Año Nuevo” nos inducen a formular una serie de objetivos que luego descartamos debido a que surgen otros yoes sin intención alguna de lograrlos. Ocurre un proceso similar cuando un hombre o una mujer le dice a su pareja que la ama profundamente, para luego exhibir una serie de actitudes indiferentes o distantes, producto de la emergencia de un yo que no desea la intimidad.
Cada uno de nosotros es una multitud. Se pueden juntar el rebelde y el intelectual, el seductor y el ama de casa, el saboteador y el asceta, el ejecutivo y el vividor, cada uno con su propia mitología, y amontonados con mayor o menor comodidad dentro de una sola persona.
La multiplicidad está compuesta por oposiciones, y al igual que un péndulo, tendemos a oscilar entre los diferentes polos. Toda actitud consciente implica la existencia de su contraparte a nivel de la sombra, y la identificación exclusiva con algunos yoes conduce a la irrupción de los aspectos opuestos para equilibrarnos. Si tiendo a actuar siempre de manera mesurada y ahorrativa, en algún momento aparecerá “la gastadora”; si me polarizo del lado de la bondad y la conciliación, tarde o temprano hará su aparición en escena mi yo contencioso y peleador.
El rechazo de una sub-personalidad impide su evolución. Si repudio a mi yo vulnerable o necesitado, y me identifico exclusivamente con mi yo independiente, mis necesidades insatisfechas seguirán viviendo en la sombra. Por el contrario, si me conecto con él para ver qué necesita y cómo brindárselo, estaré contribuyendo a su transformación potencial.
Descubrir los múltiples aspectos que viven en nuestro interior permite comprender contradicciones aparentes. Contradecir (“decir en contra”) es afirmar aspectos opuestos. Cuando tenemos pensamientos y sentimientos contrapuestos, es común preguntarnos cuál es la verdad; ésta es relativa, y depende del yo que se está expresando.
Reconocer nuestra multiplicidad nos permite renunciar a las identificaciones parciales y limitadas, y abre el camino para descubrir la riqueza oculta de la totalidad de nuestro ser. Es preciso que cada personaje interno tenga su lugar, y en ocasiones puede ser necesario realizar un referéndum, o consulta popular, para ver qué piensa, qué siente y qué necesita cada uno. En tal caso, podríamos escribir una historia que además de expresar el conflicto entre algunos yoes, muestre alternativas para resolverlo.
El Diálogo de Voces, el trabajo de Autoasistencia Psicológica, creado por Norberto Levy, y el Psicodrama son técnicas de gran utilidad para conocernos más plenamente, al igual que la interpretación de los sueños y la imaginación activa
domingo, 13 de enero de 2013
La oración
Cuando oramos, generalmente pedimos ayuda, y ésta llega, aunque no necesariamente de la forma que esperamos. Es preciso ser conscientes de lo que pedimos, no estar apegados a resultados específicos, y confiar en el proceso.
Una oración que considero imprescindible es “Gracias”. El Rabino judío Israel Baal Shem Tov afirmó: “El mundo está lleno de maravillas y milagros, pero tapamos nuestros ojos con las manos, y no los vemos.”
Agradecer todos los dones y milagros de la vida cotidiana es la mejor manera de abrir nuestro corazón y apreciar nuestra existencia.
Una oración que considero imprescindible es “Gracias”. El Rabino judío Israel Baal Shem Tov afirmó: “El mundo está lleno de maravillas y milagros, pero tapamos nuestros ojos con las manos, y no los vemos.”
Agradecer todos los dones y milagros de la vida cotidiana es la mejor manera de abrir nuestro corazón y apreciar nuestra existencia.
viernes, 11 de enero de 2013
El silencio y la meditación
El silencio facilita escuchar nuestra verdad interior. Por medio de la reflexión y la contemplación, los deseos de nuestro ego pueden ser trascendidos y convertidos en aceptación – que es diferente a la resignación – de nuestra vida tal como es. La meditación nos permite conectarnos con nuestros aspectos más sabios y trascendentes, con la dimensión espiritual de nuestro ser.
La mente intenta comprender, anticiparse y controlar, mientras que el silencio y la meditación nos permiten ingresar en el misterio y en lo desconocido sin temor.
Para meditar no es indispensable sentarnos en la posición del loto, estudiar ciencias orientales, obtener un mantra personal, o asistir a cursos de visualización, más allá de lo útiles que estas actividades puedan ser.
Lo importante es poder focalizar en la respiración. La manera más simple, sencilla y eficaz para centrarnos y acceder a la calma y la serenidad interiores es la respiración consciente.
Siéntate cómodamente, o si lo prefieres, acuéstate. Comienza a registrar tu respiración, sin intentar modificarla. Simplemente, obsérvala, registrando su ritmo, su frecuencia, si respiras de manera superficial o profunda. La mayoría de las personas tiende a inhalar, o a exhalar, con mayor intensidad. Percibe tu propia manera de respirar.
Luego, comienza a lentificar y a profundizar la respiración. Inhala profundamente, y siente cómo el aire ingresa en tu cuerpo, llevándolo hasta el abdomen, llenando luego tu pecho, sintiendo cómo se expande el diafragma.
Ahora, al exhalar, siente que el aire sale de tu cuerpo desde el abdomen, pasando por el pecho y la garganta. Permítete exhalar plenamente, y si surge, puedes acompañar la exhalación con algún sonido.
En momentos de estrés, ya sea físico, emocional o mental, puedes recurrir a exhalar por la boca, ya que esto permite descargar la tensión de manera más rápida.
La respiración simboliza la renovación: inhalamos energía sanadora, y exhalamos cualquier tensión, emoción y/o pensamiento, accediendo así a un estado de equilibrio y serenidad.
La mente intenta comprender, anticiparse y controlar, mientras que el silencio y la meditación nos permiten ingresar en el misterio y en lo desconocido sin temor.
Para meditar no es indispensable sentarnos en la posición del loto, estudiar ciencias orientales, obtener un mantra personal, o asistir a cursos de visualización, más allá de lo útiles que estas actividades puedan ser.
Lo importante es poder focalizar en la respiración. La manera más simple, sencilla y eficaz para centrarnos y acceder a la calma y la serenidad interiores es la respiración consciente.
Siéntate cómodamente, o si lo prefieres, acuéstate. Comienza a registrar tu respiración, sin intentar modificarla. Simplemente, obsérvala, registrando su ritmo, su frecuencia, si respiras de manera superficial o profunda. La mayoría de las personas tiende a inhalar, o a exhalar, con mayor intensidad. Percibe tu propia manera de respirar.
Luego, comienza a lentificar y a profundizar la respiración. Inhala profundamente, y siente cómo el aire ingresa en tu cuerpo, llevándolo hasta el abdomen, llenando luego tu pecho, sintiendo cómo se expande el diafragma.
Ahora, al exhalar, siente que el aire sale de tu cuerpo desde el abdomen, pasando por el pecho y la garganta. Permítete exhalar plenamente, y si surge, puedes acompañar la exhalación con algún sonido.
En momentos de estrés, ya sea físico, emocional o mental, puedes recurrir a exhalar por la boca, ya que esto permite descargar la tensión de manera más rápida.
La respiración simboliza la renovación: inhalamos energía sanadora, y exhalamos cualquier tensión, emoción y/o pensamiento, accediendo así a un estado de equilibrio y serenidad.
martes, 8 de enero de 2013
Cita de Brooke Medicine Eagle
Cita de Brooke Medicine Eagle: “Permitir que el corazón sea el distribuidor de energía en el planeta; permitir que tu corazón, tus sentimientos, tus emociones distribuyan tu energía; tomar esa energía desde la tierra, desde el cielo, tomarla y distribuirla desde tu corazón, el centro de tu ser – ese es nuestro propósito.”
Cita de Carl Jung
“Las emociones son la fuente principal para volvernos conscientes. No se logra transformar la oscuridad en luz, ni la apatía en movimiento, sin las emociones.”
lunes, 7 de enero de 2013
El efecto de las proyecciones
Nuestra perspectiva personal tiñe todo lo que creemos registrar como realmente es. Para comenzar a reconocer a la sombra, precisamos darnos cuenta de la gran capacidad para proyectar de la mente, en lugar de arrogarnos certezas que sólo son válidas a nivel subjetivo.
La proyección no es algo malo o bueno, sino, simplemente, una característica de todo ser humano. No es necesario esforzarnos para dejar de proyectar, sino tomar conciencia del efecto de nuestras proyecciones.
Las proyecciones condicionan nuestros vínculos. Vemos en los demás nuestros aspectos proyectados y tendemos a cristalizarlos, ya sea porque atraemos a personas que los espejan, porque interpretamos su comportamiento en función de nuestras características inconscientes, o porque las inducimos a actuarlas. El resultado es una relación ilusoria con los demás, y nuestro entorno se convierte en una réplica de los aspectos desconocidos de nuestro propio ser.
Como afirmó Jung, en el camino de la vida, detrás de infinidad de disfraces, nos encontramos una y otra vez con nosotros mismos.
La proyección no es algo malo o bueno, sino, simplemente, una característica de todo ser humano. No es necesario esforzarnos para dejar de proyectar, sino tomar conciencia del efecto de nuestras proyecciones.
Las proyecciones condicionan nuestros vínculos. Vemos en los demás nuestros aspectos proyectados y tendemos a cristalizarlos, ya sea porque atraemos a personas que los espejan, porque interpretamos su comportamiento en función de nuestras características inconscientes, o porque las inducimos a actuarlas. El resultado es una relación ilusoria con los demás, y nuestro entorno se convierte en una réplica de los aspectos desconocidos de nuestro propio ser.
Como afirmó Jung, en el camino de la vida, detrás de infinidad de disfraces, nos encontramos una y otra vez con nosotros mismos.
miércoles, 2 de enero de 2013
Los juicios, las comparaciones y la aceptación
Aceptarnos plenamente – tanto en nuestros aspectos luminosos como en los aspectos de nuestra sombra - requiere dejar de comparar y de juzgar, y renunciar a la necesidad compulsiva de entender inmediatamente todo lo que nos ocurre.
Solemos compararnos con los demás en una especie de competencia constante - actuamos una versión moderna de la reina del cuento de Blancanieves, formulando diariamente la pregunta: “Espejito, espejito, dime: ¿quién es la más bella de todo el reino?”. La cualidad anhelada varía: belleza, inteligencia, fama o poder, pero el deseo subyacente es siempre el mismo: ser los mejores, intentando compensar así sentimientos de inseguridad e inadecuación.
La tendencia a la comparación y el juicio se extiende a todas nuestras experiencias. Como si se tratara de un reflejo condicionado o un tic nervioso incontrolable, comparamos y juzgamos todo: las vacaciones de este año con las del año pasado, nuestro automóvil con el del vecino, nuestra pareja o nuestro nivel de ingresos con los de algún familiar o amigo. Este es un proceso interminable, y el resultado siempre es transitorio, ya que el “triunfo” de hoy suele conducir a la derrota de mañana. Al igual que el patito feo, que sufría porque no era como los demás, la comparación nos impide reconocer nuestra propia belleza.
A su vez, renunciar a entender no significa convertirnos en seres descerebrados, sino dejar de considerar al intelecto como el instrumento básico para nuestra aprehensión del mundo. La necesidad constante de comprender obstruye el contacto con nuestras vivencias, conduce al pensamiento recurrente y dificulta el desarrollo de otras funciones psíquicas, como la sensación y la intuición.
De acuerdo a la Madre Teresa de Calcuta, si nos dedicamos a juzgar a otros (o a nuestras propias características rechazadas) no nos queda tiempo para amar. Aceptar a todas nuestras experiencias y todos nuestros aspectos personales, particularmente nuestra sombra, sin expectativas idealizadas facilita el desarrollo del amor incondicional hacia nosotros mismos y los demás.
Para registrar cuánto nos afectan nuestros juicios y prejuicios, resulta interesante hacer lo que habitualmente detestamos: escuchar música que nos suele parecer desagradable, ver algún programa de televisión que descalificamos, ir a algún lugar que no nos gusta, conversar con alguien a quien consideramos aburrido/a.
Al realizar estas actividades con mente de principiantes, quizás obtengamos resultados sorprendentes, y podamos darnos cuenta así de que nuestras ideas preconcebidas nos impiden estar en el presente, vivirlo tal como es, y apreciar lo que nos puede brindar cada instante.
Solemos compararnos con los demás en una especie de competencia constante - actuamos una versión moderna de la reina del cuento de Blancanieves, formulando diariamente la pregunta: “Espejito, espejito, dime: ¿quién es la más bella de todo el reino?”. La cualidad anhelada varía: belleza, inteligencia, fama o poder, pero el deseo subyacente es siempre el mismo: ser los mejores, intentando compensar así sentimientos de inseguridad e inadecuación.
La tendencia a la comparación y el juicio se extiende a todas nuestras experiencias. Como si se tratara de un reflejo condicionado o un tic nervioso incontrolable, comparamos y juzgamos todo: las vacaciones de este año con las del año pasado, nuestro automóvil con el del vecino, nuestra pareja o nuestro nivel de ingresos con los de algún familiar o amigo. Este es un proceso interminable, y el resultado siempre es transitorio, ya que el “triunfo” de hoy suele conducir a la derrota de mañana. Al igual que el patito feo, que sufría porque no era como los demás, la comparación nos impide reconocer nuestra propia belleza.
A su vez, renunciar a entender no significa convertirnos en seres descerebrados, sino dejar de considerar al intelecto como el instrumento básico para nuestra aprehensión del mundo. La necesidad constante de comprender obstruye el contacto con nuestras vivencias, conduce al pensamiento recurrente y dificulta el desarrollo de otras funciones psíquicas, como la sensación y la intuición.
De acuerdo a la Madre Teresa de Calcuta, si nos dedicamos a juzgar a otros (o a nuestras propias características rechazadas) no nos queda tiempo para amar. Aceptar a todas nuestras experiencias y todos nuestros aspectos personales, particularmente nuestra sombra, sin expectativas idealizadas facilita el desarrollo del amor incondicional hacia nosotros mismos y los demás.
Para registrar cuánto nos afectan nuestros juicios y prejuicios, resulta interesante hacer lo que habitualmente detestamos: escuchar música que nos suele parecer desagradable, ver algún programa de televisión que descalificamos, ir a algún lugar que no nos gusta, conversar con alguien a quien consideramos aburrido/a.
Al realizar estas actividades con mente de principiantes, quizás obtengamos resultados sorprendentes, y podamos darnos cuenta así de que nuestras ideas preconcebidas nos impiden estar en el presente, vivirlo tal como es, y apreciar lo que nos puede brindar cada instante.
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