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miércoles, 2 de enero de 2013

Los juicios, las comparaciones y la aceptación

Aceptarnos plenamente – tanto en nuestros aspectos luminosos como en los aspectos de nuestra sombra - requiere dejar de comparar y de juzgar, y renunciar a la necesidad compulsiva de entender inmediatamente todo lo que nos ocurre.

Solemos compararnos con los demás en una especie de competencia constante - actuamos una versión moderna de la reina del cuento de Blancanieves, formulando diariamente la pregunta: “Espejito, espejito, dime: ¿quién es la más bella de todo el reino?”. La cualidad anhelada varía: belleza, inteligencia, fama o poder, pero el deseo subyacente es siempre el mismo: ser los mejores, intentando compensar así sentimientos de inseguridad e inadecuación.

La tendencia a la comparación y el juicio se extiende a todas nuestras experiencias. Como si se tratara de un reflejo condicionado o un tic nervioso incontrolable, comparamos y juzgamos todo: las vacaciones de este año con las del año pasado, nuestro automóvil con el del vecino, nuestra pareja o nuestro nivel de ingresos con los de algún familiar o amigo. Este es un proceso interminable, y el resultado siempre es transitorio, ya que el “triunfo” de hoy suele conducir a la derrota de mañana. Al igual que el patito feo, que sufría porque no era como los demás, la comparación nos impide reconocer nuestra propia belleza.

A su vez, renunciar a entender no significa convertirnos en seres descerebrados, sino dejar de considerar al intelecto como el instrumento básico para nuestra aprehensión del mundo. La necesidad constante de comprender obstruye el contacto con nuestras vivencias, conduce al pensamiento recurrente y dificulta el desarrollo de otras funciones psíquicas, como la sensación y la intuición.

De acuerdo a la Madre Teresa de Calcuta, si nos dedicamos a juzgar a otros (o a nuestras propias características rechazadas) no nos queda tiempo para amar. Aceptar a todas nuestras experiencias y todos nuestros aspectos personales, particularmente nuestra sombra, sin expectativas idealizadas facilita el desarrollo del amor incondicional hacia nosotros mismos y los demás.

Para registrar cuánto nos afectan nuestros juicios y prejuicios, resulta interesante hacer lo que habitualmente detestamos: escuchar música que nos suele parecer desagradable, ver algún programa de televisión que descalificamos, ir a algún lugar que no nos gusta, conversar con alguien a quien consideramos aburrido/a.

Al realizar estas actividades con mente de principiantes, quizás obtengamos resultados sorprendentes, y podamos darnos cuenta así de que nuestras ideas preconcebidas nos impiden estar en el presente, vivirlo tal como es, y apreciar lo que nos puede brindar cada instante.

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